Siempre como ultimo aderezo para tan rico postre, la miel, que empapa, toda la torrija convirtiéndola en el postre perfecto. |
Llegando este tiempo de Cuaresma, la Semana Santa es toda una expresión de buen gusto, también para el paladar y en esto mis recuerdos de mi mas tierna infancia se agudizan.
Y es que estos días, mi abuela y mi madre nos deleitaban con unas suculentas sopas de ajo para aguantar estás ultimas semanas de frió, antes de dar paso al buen tiempo y el calor primaveral.
Aparte como costumbre y tradición, todos los viernes de Cuaresma, deleitarnos con un potaje de vigilia y para cenar casi siempre con algo de pescado.
Pescados como podía ser el bacalao, con tomate o al ajo arriero y que por cierto le encantaban a mi abuelo Jesús y quizás por eso, también era el menú escogido por la familia para la cena de Nochebuena y que por ello tanto me gusten a mi. Y de postre siempre una exquisita torrija, fabricada con pan del día anterior, leche, huevos, harina y aceite, y para terminarlas, un magnifico chorro de miel que empapaba toda la torrija, proporcionándola el dulce exacto para que al comerla tuviera que chuparme los dedos al escurrirse el exceso de miel, en definitiva una receta sencilla, que hacían de este postre, en estos días de Pasión, el perfecto sacrificio por el bien del alma y que ponen la mejor nota a estas fantásticas cocineras de gran maña en los fogones y que hacen que año tras año se dibuje una sonrisa en mi cara, recordando a mi abuela Teo.
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