viernes, 10 de abril de 2020

LOS HUEVOS DE VIERNES SANTO...

Dentro de los recuerdos de mi mas tierna infancia, una de las cosas que mas ansiaba en el calendario, era el Viernes Santo, primero por la pasión desmedida y cautivadora que mi abuela Teófila, tenia por su Semana Santa y que me inundo hasta tal punto de ser imprescindible, en mi vida y segundo por una de mis comidas preferidas, los "huevos rellenos", que mi abuela reservaba para tal día, primero porque esta comida es de vigilia, y segundo porque así mi abuela se despreocupaba de la misma, al ser esta una cena fría.

Los famosos huevos de mi abuela decorados con unos pimientos rojos y con la yema, aplastada con un colador

La receta, es muy sencilla, pero este no es el caso, sino lo que estos me originaron, una bonita anécdota que recuerdo con gran cariño y que me hace dibujar en mi cara una sonrisa cada vez que estos son los protagonistas de la mesa.
Como todos los años, acompañado por mi abuela y mi familia, nos posicionábamos en los soportales a la altura del Capricho, para poder ver el baile de los pasos por la calle Mayor y trascurrida la procesión regresábamos a casa y que como por cierto siempre decía mi abuela siendo ya muy de noche. 
Pero a la edad de 7 u 8 años, mi tío Jesús me sedujo a quedarme con el, para así poder ver, meter los famosos Pasos Grandes, a lo cual, yo respondí que si, pero mi abuela por el temor a que me ocurriera algo en el famoso Corro de Santa María, el que aglutinaba, año a año, a todo el mundo, que con ansia esperaba, otra vez el milagro de ver meter a los famosos Crucifixión y Descendimiento.
Desestimo la opción de mi tío, intentando mi abuela, seducirme con aquella suculenta cena, que nos esperaba en la casa, a lo cual yo dije un no rotundo, a lo que mi abuela me contesto que si me quedaba a ver meter los Pasos, lo mas que cenaría seria un vaso de leche con Cola-Cao, y esto fue lo que paso que al llegar a las Casas Nuevas, lo mas que tome fue aquel pequeño refrigerio y que fue suficiente para aquel fulgor que había vivido hacia unos instantes y que me empaparía para siempre, con aquel esfuerzo titánico de aquellos valientes hombres que tuvieron el privilegio de portar a los famosos Longinos y Escalera.
Y hoy, mucho tiempo después no he dejado de faltar, a la cita anual, ni un solo año al dintel de la puerta de la Capilla de los Pasos Grandes, haciéndome participe de aquel momento único en el calendario riosecano.

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