Dentro de los recuerdos de mi mas tierna infancia, una de las cosas que mas ansiaba en el calendario, era el Viernes Santo, primero por la pasión desmedida y cautivadora que mi abuela Teófila, tenia por su Semana Santa y que me inundo hasta tal punto de ser imprescindible, en mi vida y segundo por una de mis comidas preferidas, los "huevos rellenos", que mi abuela reservaba para tal día, primero porque esta comida es de vigilia, y segundo porque así mi abuela se despreocupaba de la misma, al ser esta una cena fría.
Los famosos huevos de mi abuela decorados con unos pimientos rojos y con la yema, aplastada con un colador |
La receta, es muy sencilla, pero este no es el caso, sino lo que estos me originaron, una bonita anécdota que recuerdo con gran cariño y que me hace dibujar en mi cara una sonrisa cada vez que estos son los protagonistas de la mesa.
Como todos los años, acompañado por mi abuela y mi familia, nos posicionábamos en los soportales a la altura del Capricho, para poder ver el baile de los pasos por la calle Mayor y trascurrida la procesión regresábamos a casa y que como por cierto siempre decía mi abuela siendo ya muy de noche.
Pero a la edad de 7 u 8 años, mi tío Jesús me sedujo a quedarme con el, para así poder ver, meter los famosos Pasos Grandes, a lo cual, yo respondí que si, pero mi abuela por el temor a que me ocurriera algo en el famoso Corro de Santa María, el que aglutinaba, año a año, a todo el mundo, que con ansia esperaba, otra vez el milagro de ver meter a los famosos Crucifixión y Descendimiento.
Desestimo la opción de mi tío, intentando mi abuela, seducirme con aquella suculenta cena, que nos esperaba en la casa, a lo cual yo dije un no rotundo, a lo que mi abuela me contesto que si me quedaba a ver meter los Pasos, lo mas que cenaría seria un vaso de leche con Cola-Cao, y esto fue lo que paso que al llegar a las Casas Nuevas, lo mas que tome fue aquel pequeño refrigerio y que fue suficiente para aquel fulgor que había vivido hacia unos instantes y que me empaparía para siempre, con aquel esfuerzo titánico de aquellos valientes hombres que tuvieron el privilegio de portar a los famosos Longinos y Escalera.
Y hoy, mucho tiempo después no he dejado de faltar, a la cita anual, ni un solo año al dintel de la puerta de la Capilla de los Pasos Grandes, haciéndome participe de aquel momento único en el calendario riosecano.